Fuentes del Centro aseguran que era una vieja aspiración del director y secretario de Estado, el general de Ejército Félix Sanz Roldán, rendir homenaje a los caídos anónimos, los que nunca salieron en un telediario, en un artículo de prensa, pero que sí murieron cumpliendo con su deber al servicio del espionaje español. Accidentes de tráfico, otros casi de perfil laboral, otras situaciones inconfesables, algún infarto, el caso es que la lista de caídos es muy superior a la oficial de ocho agentes. Desde el CNI nadie se aventura –ni quiere, ni puede– dar una cifra siquiera aproximada de cuántos miembros del CNI han fallecido en estas circunstancias.
El CNI no solo lo componen los agentes de campo, los llamados operativos. Además de una importante plantilla de analistas y especialistas en los más variados campos, que son los que dan soporte operativo a los agentes de campo. Especialistas en colocar balizas en coches, en situar micrófonos o cámaras en lugares insospechados, conductores, el largo etcétera de oficios más o menos clandestinos que son fundamentales en las operaciones es casi interminable.
Aunque “la Casa”, “La Compañía”, o el CNi está hoy desparramado con edificios, sedes y centros por muchos sitios de Madrid y del resto de la geografía nacional, casi todos enormemente discretos, la gran sede de la madrileña Cuesta de las Perdices, con su edificio administrativo y su sala de situación de crisis es el lugar más emblemático. Allí, discretamente, casi clandestinos, los héroes caídos sin ruido público, ya tienen su homenaje.