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El héroe que cayó en el Retiro

 29/06/2014 - elmundo.es -

«Aprisa. Duro. Lejos», es su lema. El que aparece en el escudo de la Brigada De Infantería Acorazada Guadarrama XII. Es de esas frase que guían. Que son parte de momentos decisivos. Cuando estaba en Líbano, Carlos pensaba en su familia y en sobrevivir. Era su norte. Y en hacerlo cada vez más rápido, ser el primero en montar el puesto de mando. Todo son riesgos cuando estás en la médula de una misión bélica. El sargento primero Carlos Mariano Álvarez García-Articollar, uno de los mejores ingenieros de transmisiones del Ejército, iba en su tanquecito. Tenía a su mando tres de ellos -su nombre verdadero es Transporte Oruga Acorazado- y a ocho subalternos, sus hijos. Ellos le llamaban Padre, porque él los educaba en el camino de sobrevivir en territorios de balaceras y bombas. Era duro, pero aleccionador, recuerdan sus soldados. Carlos se salvó de la muerte en Kosovo o en Oriente Próximo. Pero la furia del azar le pilló en un sereno paseo en Madrid, en la supuesta placidez del Parque del Retiro. Antes de irse así, tuvo el tiempo de un último acto heroico. Empujó a Jorge y Nuria, a sus hijos pequeños, lo suficientemente lejos para librarlos de una rama de 400 kg de peso. Le dio tiempo de pedir auxilio para sus pequeños. Los salvó y murió.

Para reconstruir su vida, Crónica se sienta con aquellos con los que estuvo años. Entramos al corazón del Batallón de Cuartel General XII en Madrid. Sus compañeros irán contando quién fue. El sargento primero era un líder en la Compañía de Transmisiones 12. Llevaba 20 años como militar. Sin ellos se hubiera podido resumir su carrera así... Nacido en Fuensalida, Toledo, apenas tuvo edad, se hizo soldado raso. En el Memorial del Arma de Ingenieros, diciembre de 2004, se publica su ascenso a sargento. Al año siguiente fue enviado a Kosovo. Líbano fue su destino en 2009 y 2013. Murió el 21 de junio de 2014. Así de gélido es resumir una hoja de vida...

Mas esto dicen de él quienes cargaron su féretro el lunes cuando lo despidieron con honores de héroe, de maestro, de amigo, de padre... De lo simple al alma.

-Era calvo y alto, más de 175 cm. Llevaba siempre una barba arreglada. Se cuidaba mucho físicamente, estaba siempre activo.

-Incluso cuando estaba en Líbano salía a correr, aunque no había obligación. Seis veces a la semana muy temprano. Lo vi hacerlo siempre y eso que la misión duró 190 días. A él y a su pelotón.

-Comenzamos con ocho km y terminamos en 12 km. Y por la tarde, gimnasio.

-En su última misión, su hija apenas tenía meses. La veía crecer por Skype. De seis a siete, como un reloj, tenía videoconferencia con su familia. Nunca falló.

-Era el primero en ir de misión. Por actitud y preparación. Esto era su vida... La palabra lealtad le definía.

-Vivimos bombardeos. No le temía al peligro.

-Su dedicación al Ejército y a su familia se puede medir en que venía desde Fuensalida, Toledo, hasta el cuartel de El Goloso. Son 180 km todos los días. Se despertaba a las 05.20 para estar aquí a las 07:30.

-Sus subordinados le llamábamos Padre, que no papá... Pero no era nada blando. Una de sus frases, de las muchas que usaba, era «no me llores que no me quedan lágrimas». No aceptaba excusas tontas.

-Él no sólo nos enseñó los valores militares. También los personales... A mí me decía, estudia y sigue estudiando. Él mismo había sido un ejemplo. Sacó tiempo de donde no había, entre sus niños y su mujer [Nieves], a quién nunca descuidó.

-Así se sacó la oposición a suboficial. En su tiempo era más difícil que ahora... Él empezó en Infantería, pasó por la Guardia Real, por la Legión... Ascendió de cabo a cabo primero, a sargento, a sargento primero...

-A la vez que te instruía te protegía. Exigía que sus soldados fuéramos los mejores del cuerpo. Y lo conseguía.

-El jueves, la última vez que lo vimos, regresábamos de un ejercicio. Montamos un puesto de mando, las instalaciones de telecomunicaciones. Todo salió a la perfección.

-Yo me enteré de lo que pasó cuando estaba en una boda.

-Yo en el parque con los niños.

-Yo iba a merendar...

-Pensaba que era una broma.

-Llegaron a su funeral soldados que se habían formado con él, antiguos jefes suyos, vinieron hasta de fuera de la Península...

-Estamos preparados para morir pero no así. En eso coincidimos.

-Sentimos impotencia, desolación... Porque era extraordinario.

Y esta frase parece resumir lo que era el hombre que murió en El Retiro. A quien tras 40 minutos no pudieron resucitar. Cuyas últimas palabras fueron para preocuparse de sus hijos. Esta frase hace que el grupo de hombretones forjados entre disparos y bombas se quiebre. Que sus ojos enrojezcan. Y hacen un silencio. Por Padre.

Testimonios del capitán Víctor Muñoz; tenientes Ricardo Simón y José Campos; sargento primero Alberto Palacios; sargentos Víctor Flores y Pedro Luna; cabo primero Óscar Avivar; y los soldados Juan Carpio, Santiago Arteaga, Santiago Rubio y Carlos de la Carrera

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