"No, aún no he recibido el paquete. ¿Cuándo lo mandaste?", se oye que dice un militar que habla por uno de los teléfonos. Es difícil tener intimidad si no se conversa en susurros. Algunos soldados se amorran al auricular, dando la espalda al exterior, como si estuvieran abrazando a una novia y como si eso les pudiera conferir un poco de privacidad.
En la tienda casi siempre hay alguien, o al menos siempre que la actividad laboral del campamento permite tomarse unos minutos para llamar y en España no es una hora intempestiva. Entre Afganistán y España hay dos horas y media de diferencia horaria en verano, tres y media en invierno.
Todos los soldados mueven la cabeza de un lado para otro cuando se les pregunta si ellos explican a sus familias qué pasa aquí, en Afganistán. "No, no, yo no explico nada", es la respuesta más repetida. Y además, ¿qué explicar?
En la mayoría de bases militares españolas en Afganistán hay carteles en los locutorios que indican que hay que andarse con cuidado con qué se cuenta por teléfono. El enemigo puede estar escuchando, tener pinchadas las líneas telefónicas. La advertencia ya intimida.
En la mayoría de bases españolas, unos carteles indican que hay que andarse con cuidado con qué se cuenta por teléfono
"Desde el 13 de junio tengo un hijo en Moqur. Es muy joven, tiene 26 años. Me gustaría saber un poco más cómo están ellos allí, porque la verdad es que cuentan muy poco, por no decir nada, y a mí me preocupa saber cómo es su día a día, cómo están. Por eso, al saber que tú has estado allí, me gustaría, si es posible, que me pudieses contar algo". La madre de un militar, claramente angustiada, me escribía esta semana un mensaje por Facebook. No ha sido la única.
"Estoy aterrada. Nos casamos en junio y mi marido se va a Afganistán en dos meses. Me muero de miedo sólo de pensar que le pueda ocurrir algo. Por las noches lloro en silencio. No lo puedo evitar, no encuentro alivio. ¿Es todo tan horrible y peligroso como me imagino?", me preguntaba la esposa de un oficial, en este caso por correo electrónico.
"Mi pareja está en Afganistán, y de alguna manera se hace más ameno teniendo noticias cada día", era lo que la mujer de otro militar difundía por Twitter, haciendo alusión a mis crónicas. "Tengo un cuñado ahí. Gracias a tu reportaje hemos podido hacernos una idea de dónde está metido", afirmaba otra lectora.
Con los artículos que he publicado en las ediciones digital e impresa de El Mundo durante las últimas dos semanas, he intentado reflejar la vida y trabajo de las tropas españolas en Afganistán, y la situación en la provincia de Badghis, sin entrar a valorar la conveniencia o no de la misión española en este país.
Empotramiento 'real'
He estado en las bases militares de Qala-e-now y Herat, en los puestos avanzados de combate de Moqur, Ludina y Darr-e-bum, y la base de patrullas de la denominada carretera de la Luz. En ningún momento se me ha puesto ninguna restricción informativa más allá de la necesaria para garantizar la seguridad del contingente.
He podido moverme con total libertad, y hablar y entrevistar a quien he querido. Nadie ha supervisado mis escritos, ni mis fotos, ni mis imágenes de video. Ha sido un "empotramiento" real, como se dice en la jerga periodística. He acompañado a las unidades militares allá donde han ido, sin una agenda de visita predeterminada.
"¿Es todo tan horrible y peligroso como me imagino?", pregunta la esposa de un oficial
Quisiera agradecer al Ministerio de Defensa haberme dado la oportunidad de acompañar a las tropas españolas en Afganistán, por primera vez sin cortapisas. Especialmente, gracias a su director de Comunicación, Joaquín Madina, por su profesionalidad y confianza. Y al responsable del contingente español en Badghis, el coronel Luis Cebrián.
Mi trabajo sobre el terreno ha sido posible gracias a la inmejorable ayuda de los responsables de información pública, el comandante José Luis Cristóbal y el subteniente Juan Flores, y del jefe del puesto avanzado de combate de Moqur, el capitán Pablo Torres, que se ha desvivido por facilitarme información.
También reconocer el apoyo del comandante Alberto Fajardo, en Moqur; el teniente Pedro José Ruíz, en Ludina; y el teniente Flores y el sargento primero Del Campo, en la inhóspita base de patrullas de la ruta de la Luz.
Destacar especialmente al sargento primero Marcos Cuesta, por cuidar de mi seguridad en las patrullas por Darr-e-bum, y al brigada José Manuel Escudero, por estar pendiente de que no me faltara nada. Gracias también al comandante Jacinto Chozas y al sargento primero Pablo Lampkin, que se han encargado de las tediosas gestiones burocráticas de todo "empotramiento"; y al coronel Carlos de Palma, responsable de la base de Herat, por su apoyo.
Por último, mi más sincero agradecimiento a la Brigada Paracaidista, en especial las 12 y 11 compañías, por permitirme acompañarla y contestar con naturalidad a todas mis preguntas. Asimismo, a los lectores y lectoras que han seguido mis crónicas durante todos estos días o me han enviado mensajes.
"¡Por supuesto que la gente en Canadá sabe perfectamente quién es el gobernador del distrito de Panjwai! ¿Cómo no lo va a saber? ¡Nuestros soldados están Panjwai! El gobernador aparece cada dos por tres en la prensa", me contestó un periodista canadiense cuando en abril de 2011 acompañé durante dos semanas a las tropas de ese país en la provincia de Kandahar, sorprendido de que yo le planteara que la opinión pública en España no sabe quién es el gobernador de la provincia de Badghis, donde el grueso del contingente español está destinado, ni tan siquiera pueda reconocer su fotografía.
La misión española en Afganistán ha sido una gran desconocida durante todos estos años. Sólo ha aparecido en la prensa cuando un militar ha resultado herido o muerto, o cuando el ministro o ministra de Defensa ha viajado a Afganistán por unas horas con un séquito de periodistas. Muy pocas veces se ha explicado cómo los soldados viven, cuál es su rutina diaria. A veces no disponer de información puede ser peor que tenerla.
Fuente: ElMundo.es