Puesto que, como hemos explicado en innumerables ocasiones, con la entrada en vigor de la Ley 39/2007, de 19 de noviembre, de la carrera militar, y del consiguiente Reglamento de ingreso y promoción y de ordenación de la enseñanza en las Fuerzas Armadas, aprobado en el año 2010 (RD 35/2010, de 15 de enero), se optó por un modelo de enseñanza que priorizó la adquisición de determinadas titulaciones civiles, en contra de la opinión de algunos expertos que recomendaban la creación de títulos propios de las Fuerzas Armadas realizando las modificaciones que fueran necesarias en los correspondientes planes de estudios, quedando la enseñanza específica militar del suboficial: académica, de especialización y actualización, sin reconocimiento u homologación en el sistema educativo general y valoración efectiva para la promoción profesional. El descarte de esta vía no fue una cuestión menor, porque significó la práctica eliminación de la promoción interna del suboficial a pesar de las buenistas intenciones reflejadas en el prólogo del reglamento o la manida mención a los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad. Desde el mismo momento de su entrada en vigor se dio paso a la marginación y la arbitrariedad, porque no todo lo que es legal es justo ni tiene por qué ser beneficioso para una institución como las Fuerzas Armadas. La lógica, el sentido común y la razón no pueden ser eliminadas por decreto, por más empeño que se ponga en la difícil tarea de defender lo indefendible.
Y es que a pesar de que el Estatuto Básico del Empleado Público (Art. 18.4) dice muy claramente que “Las Administraciones Públicas adoptarán medidas que incentiven la participación de su personal en los procesos selectivos de promoción interna y para la progresión en la carrera profesional.”, y que la Ley de la carrera militar (modificada por la Ley 46/2015, de 14 de octubre), en su artículo 62.1, reconoce que “se efectuará una valoración efectiva de la experiencia profesional y de la formación, acreditadas con las correspondientes titulaciones, convalidaciones y equivalencias o créditos de enseñanzas universitarias. Dichos procesos se podrán llevar a cabo con fases de enseñanza a distancia.”, ni el Ministerio de Defensa ni los Cuarteles Generales de los Ejércitos y la Armada han aprobado medida alguna para cumplir eficazmente con estos preceptos legales, justificando su inmovilismo y aparente desinterés en dificultades varias y sumando cada año cientos de suboficiales a la larga lista de afectados y agraviados por las condiciones, particularmente clasistas, de este reglamento. Porque es injustificable, y contrario al espíritu de las leyes, que las Escalas de Oficiales de las Fuerzas Armadas se hayan convertido en cotos cerrados que impiden la movilidad social, de muy difícil acceso desde la Escala de Suboficiales, algo chocante en una institución que se define, entre otras características, como unida.
Aunque el actual sistema de enseñanza también ha afectado negativamente a la formación militar de los nuevos oficiales, lo cierto es que la administración sí que se ha preocupado por su trayectoria vital y profesional firmando acuerdos con las universidades para facilitarles la adquisición de nuevas titulaciones universitarias tras la superación de los correspondientes cursos de especialización. De igual manera, tras la emisión del dictamen de la subcomisión para el estudio del régimen profesional de los militares de tropa y marinería, los distintos órganos del Ministerio de Defensa están trabajando intensamente para firmar acuerdos y homologaciones que faciliten las salidas profesionales de los militares de tropa y marinería, además de aumentar muy significativamente las plazas de promoción interna y de acceso a la permanencia, extendiéndose también estas medidas a los militares de complemento.
Sin embargo, algo muy distinto ocurre con los suboficiales, porque de manera absurda e incomprensible se les obliga a adquirir determinadas titulaciones de técnico superior que no le sirven para ejercer su especialidad2 ni para progresar dentro del propio Cuerpo General al que pertenecen y, como prueba palpable del esperpento en el que se ha convertido su formación, una vez egresados tras tres años de academia tienen que continuar realizando, en muchos casos, un año más para cursar los estudios de la especialidad complementaria que le capacite para cumplir con los cometidos o funciones que tendrá que desarrollar en el respectivo Ejército o en la Armada, a lo que hay que sumar los medios económicos y materiales necesarios para ello. Además, como le sucederá con el resto de su trayectoria profesional, este nuevo periodo formativo será considerado como un cero a la izquierda para la promoción o el reconocimiento profesional, dado que si intenta acceder a la Escala de Oficiales tendrá que “conciliarse” durante cinco años en la academia en las mismas condiciones que los aspirantes procedentes de la vida civil o finalizará su servicio activo, después de casi cuarenta años, con la misma titulación de técnico superior que obtuvo con el empleo de sargento. Cuando la ministra de Defensa y los miembros de su equipo presumen en los medios de comunicación y en el Congreso de los Diputados de igualdad y conciliación en las Fuerzas Armadas, la situación de los suboficiales, mujeres y hombres, dista mucho de situarse en la Arcadia feliz que están publicitando, porque los signos de segregacionismo y marginación son más que evidentes y el maquillaje de las cifras o ignorar esta verdad incómoda no pueden ocultarlos.
Los datos reales de suboficiales que promocionan son desoladores porque las condiciones impuestas están siendo inasumibles para la mayoría de un colectivo de casi 30.000 militares. Si los restrictivos límites de edad se lo permiten y optan por la vía de acceso a la Escala de Oficiales del Cuerpo General al que ya pertenecen, sin titulación universitaria previa, se iguala a cero toda su experiencia profesional, su periodo de servicio activo como tropa y como suboficial, su formación militar académica previa (entre 1.650 y 1.750 horas) y de perfeccionamiento, su titulación de técnico superior (1.350 horas) e incluso la titulación universitaria que no sea superior o igual al Grado de la rama de conocimiento de Ingeniería o Arquitectura. En el caso de que sus condiciones personales y profesionales les permitan el acceso con titulación universitaria previa, además de igualarles su bagaje profesional también a cero, tienen que luchar contra los arbitrarios límites de edad y unos reconocimientos médicos y pruebas físicas que, por poner un ejemplo de muchos otros, pueden expulsarles de una convocatoria al Cuerpo de Ingenieros por tener una lente intraocular, cuando han obtenido el número 1 en el concurso oposición y, además, han superado las pruebas físicas y los reconocimientos médicos anuales que les permiten seguir ejerciendo la profesión militar en el Cuerpo General en el que están integrados. Como se puede comprobar, todo es un sinsentido de difícil justificación, pero nadie le pone remedio.
Contra toda lógica, ignorando principios fundamentales en los ejércitos, se desdeña la formación militar que hemos obtenido con esfuerzo y sacrificio durante el periodo académico y de servicio activo para poder ser militares de carrera. De igual manera, también queda reducida a la nada más absoluta la especialización adquirida tras la realización de cursos como el de Mando de unidades de Operaciones Especiales, Guerra Naval, EOD, Redes Informáticas, Piloto de Helicópteros, Guerra Electrónica, Instructor de Educación Física, Controlador de Tránsito Aéreo, Mando de Unidades Paracaidistas, Programador de Sistemas Informáticos… Y tantos otros que garantizan día tras día la operatividad de las unidades y el óptimo cumplimiento de las misiones encomendadas a las Fuerzas Armadas. Por este motivo, estamos firmemente convencidos de que la razón y el sentido común están de nuestra parte y que el Gobierno de la Nación, las autoridades civiles y militares del Ministerio de Defensa y los grupos políticos que integran la Comisión de Defensa se están olvidando de algo esencial: los miembros de las Fuerzas Armadas ejercemos la profesión militar y no la de ingeniería o cualquier otro oficio. Aunque esta afirmación parece una perogrullada, los hechos y los textos de las normas que nos aplican obligan a cuestionarlo.
Por otro lado, las diferentes academias militares, sin olvidarnos de las escuelas de especialistas y los institutos politécnicos, han venido formando satisfactoriamente desde hace muchos años a miles de jóvenes que se han incorporado a las Fuerzas Armadas o al mercado laboral con una excelente preparación y solvencia profesional. Muchos de ellos pasaron en el pasado a engrosar las plantillas de empresas de reconocido prestigio, con el único aval de la formación obtenida durante su periodo formativo y la trayectoria profesional. Las misiones encomendadas a las Fuerzas Armadas, el mando de las unidades militares o el manejo y mantenimiento del material y los distintos sistemas de armas o tecnológicos, se han afrontado con enorme éxito con el sistema de enseñanza netamente militar vigente hasta el año 2010.
Tras estas reflexiones en voz alta, y a la vista de lo expuesto, debemos hacernos algunas preguntas: ¿por qué se desechó un sistema que funcionaba aceptablemente y no se destinaron los recursos necesarios para mejorarlo? ¿Hasta cuándo se va a mantener el banco pintado sin que nadie se plantee la retirada del centinela que lo custodia? ¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar los suboficiales para disponer de una promoción interna real y acorde a la Ley? ¿Cuándo se nos va a otorgar el reconocimiento efectivo de nuestra formación y trayectoria profesional de forma que sustente nuestra lógica pertenencia al subgrupo A2 del personal de la Administración?
Después de diez años luchando contra la arbitrariedad y la injusticia del reglamento de enseñanza, los suboficiales tenemos suficientemente claro que formamos parte de los daños colaterales de un complejo de inferioridad subyacente en una parte de los miembros de las Fuerzas Armadas, que no consideran suficiente la obtención de un empleo militar para mantener la dignidad de la profesión, y otro complejo, en este caso de una buena parte de la sociedad civil, que ignora o pretende ignorar conscientemente la idiosincrasia de la Institución. Estamos, por tanto, sujetos a la equidistancia y la indiferencia de los que viven cómodamente la profesión militar bajo el “Ándeme yo caliente y ríase la gente” de Luis de Góngora y la pasividad de los sucesivos equipos del Ministerio de Defensa que no consideran prioritaria la adopción de medidas correctoras y las dilatan en el tiempo, provocando un daño cada vez más grande a la ya deteriorada Escala de Suboficiales.
1 https://www.asfaspro.es/index.php/rss/item/1755-promocion-suboficiales-carrera-obstaculos
2 Tal y como se recoge en el Informe del Observatorio de la vida militar del año 2017 (Anexo Q):
http://www.observatoriodelavidamilitar.es/doc/memoria_informe_2017.pdf