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Fuente: MDE 2019 Fuente: MDE 2019

TIMONEL… ¡AY, MI TIMONEL!

Tenía que ser la dichosa Ley de la Carrera Militar

Llevamos trece años desde la infausta aplicación de la Ley de la Carrera Militar (LCM), aquella que pretendía modernizar los ejércitos y su enseñanza. Y decimos “pretendía”, porque el resultado ha sido, y a la vista está, justo el contrario.

Dentro del proceso de convergencia creciente entre los valores civiles y los valores militares, se buscaba mejorar la apreciación social de la enseñanza militar, la cual ya era internacionalmente reconocida y valorada, y para ello nada mejor que hacerlo mediante la obtención de un reconocimiento universitario.

Lo que se obtuvo fue una formación universitaria que ha destruido la formación militar, sus especialidades y las escalas, que nada tiene que ver con el trabajo desarrollado por el militar dentro de las unidades. Y todo para ajustarse a ese reconocimiento social o proceso de “civilización” de las Fuerzas Armadas. Todo en un dislate que busca acomodar al militar con lo que no es. Desde el Ministerio de Defensa se abrazó el Plan Bolonia con inusitada vehemencia, siempre tratando de llenar el ego de unos pocos e ignorando que ese plan no convenía a nuestra Institución y que no se adaptaba a las necesidades del servicio.

La enseñanza militar ha conseguido, sobre el papel, fabricar ingenieros de Ingeniería en Organización Industrial e Ingeniería Mecánica, pero no ha conseguido formar estrategas ni líderes. Ha logrado fabricar, por ejemplo, asesores a la dirección de empresa, pero ni siquiera ha sido capaz de proporcionar la titulación exigida para programar la educación física en una unidad. En definitiva, nos hemos acogido a unas artes inservibles en la milicia y hemos abandonado las artes “bélicas”, con el consiguiente desprestigio social y profesional, provocando un gran perjuicio para el servicio.

 

Desandar lo andado. La infantería nunca retrocede, da media vuelta y avanza

Amparados en la LCM hemos destruido las especialidades que ahora hemos de reconstruir para volver a tener la Escala de Suboficiales que teníamos. Que no cabía la especialidad de Electrónica en el Ejército del Aire, pues la eliminamos. Que nos damos cuenta del disparate, pues la volvemos a introducir; que no nos cuadra la especialidad de Infantería en el Ejército de Tierra, pues la fraccionamos. Que no nos cuadran las plantillas, las volvemos a unir. Que nos creíamos que los barcos del futuro iban a ser eléctricos, pues juntamos mecánicos y electricistas y creamos Energía y Propulsión. Y así con todo.

Nuestros generales no supieron cumplir con lo que se les demandaba y ahora hemos de volver a definir que lo nuestro es la Defensa. ¿Cuándo se darán cuenta que la destrucción de la promoción interna también forma parte del despropósito?

Su despreocupación por los medios humanos, especialmente de los suboficiales, nos ha conducido a todos a una visión precaria de nuestra vida profesional. El abandono o, mejor dicho, arrinconamiento de factores como la preparación, la responsabilidad, la formación, la capacidad e iniciativa o la peligrosidad propia de la profesión se traduce en una precariedad laboral en la tropa, en la generalización del “burnout”1 entre el personal de carrera y en unas retribuciones de los militares que son tercermundistas en comparación con su entorno. Somos la vergüenza y el hazmerreír de los 30 países más industrializados: un ejército de mileuristas sin una carrera digna.

Siguiendo con Bolonia, “que tú envidas, pues yo envido más”. Eliminamos la Escala Media, paso natural de los suboficiales a la Escala de Oficiales, ya que no quiero tener que encuadrarla junto con las carreras de cuatro años del Plan Bolonia. Todos han de ser oficiales y caballe… digo, ingenieros. Ah, ¡pero si tenemos dos Escalas de Ingenieros una Técnica y otra Superior!, pues no hay dos sin tres, sinergias -dicen que se llama-.

Pero claro, el día a día continúa en las unidades y comienza la dicotomía: por un lado, hay que seguir manteniendo la “pirámide” (si queremos vacantes tiene que haber destinos) y, por otro, nuestros jóvenes oficiales-ingenieros tienen que continuar preparándose su futuro y alcanzar el máster y el doctorado.

 

Ay, ¿quién maneja mi barca, ¿quién?, que a la deriva me lleva, ¿quién?

Nuestros Estados Mayores tienen una capacidad innata para el despropósito y el dislate. Su producción normativa es plomífera, dispersa, con falta de dirección adecuada en la política de recursos humanos, subyugada a las derivas políticas y ocurrencias de unos y otros, sin concentrarse mínimamente en cumplir con las necesidades de los profesionales de la Defensa.

Pero claro, mientras el ejército no sea un sistema completamente sostenido por robots e inteligencia artificial, se necesita de los profesionales. Y entonces, como los que tenemos ya no saben ni qué son, recuperamos figuras del pasado más propias de un ejército de levas que de uno profesional: el oficial de complemento. Esta figura, que había quedado a extinguir tras la Ley 17/1989, es ahora recuperada como si de un salvavidas se tratase. Por un lado, se consiguen dos propósitos: tener oficiales mucho tiempo en los primeros empleos que mantengan el cortijo (perdón, la pirámide) y, por otro, se refuerza la estanqueidad entre escalas, no sea que la vil canalla de proa nos infecte.

Oye, ¿y si este sistema no funciona? No importa, comenzamos a decir a nuestros suboficiales que tienen la preparación suficiente como para ser jefes de sección –eso sí, nunca reconocida, no vaya a ser que…– y les creamos un techo de cristal: el Suboficial Mayor. Y ahora, donde antes tenía mandando un taller de mantenimiento a dos tenientes, ahora pongo a un subteniente, o mejor, a un brigada. En la actividad empresarial le llaman “abaratar costes” y crea lo que se llaman empleados “low cost”. En las Fuerzas Armadas es la diferencia entre tener soldados de campo o soldados de patio.

 

Brave New World2

Esto que denunciamos no es baladí, sino que procede de una visión extendida por el Ministerio de Defensa:

La escala de suboficiales debe de cumplir con su condicionamiento social y sus componentes han de servir en ellas desde el inicio hasta el final de su vida para poder completar su ciclo vital de dicha escala (el orden establecido de la casta a la que pertenecen, en otras palabras) y ser felices porque se sirve a un bien superior, que es la Institución. No se puede entrar en la escala de oficiales, siendo un suboficial que no llega ni a los 38 años, porque dada su edad no pueden completar el ciclo vital de los oficiales, llegar a general (otra casta).

Sus miembros, por lo tanto, tienen sus derechos permanentemente restringidos o anulados cuando sea necesario para ajustarse a ese ciclo vital.

Esta visión fue plasmada con rabiosa crueldad en ese pavoroso libro titulado Brave New World, del que se nutre el Ministerio de Defensa para girar la rueda de timón que, sin embargo, carece de pala y nos hace ir sin gobierno y a la deriva.

Y si no, describamos sucintamente el tormentoso periplo de Sísifo3 en estos últimos 30 años:

Tras tres o cuatro años de academia, los suboficiales de los Ejércitos y la Armada obtenían su despacho de sargento y tenían la consideración de un delineante, un maestro o un enfermero (diplomados y ahora graduados) y, tras 25 años de experiencia profesional, se convertían en oficiales de las escalas de especialistas o de las armas.

Con la llegada de la Ley 17/1989 se elimina esa posibilidad y se les empuja a la Escala Media, pero en el 2007 se suprime y se le ofrecen mayores responsabilidades acordes a una preparación que, sin embargo, no se les reconoce y un sueldo que tampoco se les asigna.

Es lograr la cuadratura del círculo. A la vez que se le impide el acceso a la Escala de Oficiales por medio de los reglamentos se le pide que asuma aún más responsabilidades, para lo que se le ofrecen los cursos de capacitación para el ascenso a empleos dentro de su escala como mejora profesional no reconocida.

Además, como se eliminan especialidades fundamentales se crean especialidades de segundo tramo: más preparación, pero sin reconocimiento alguno, más cursos, más capacitaciones, más misiones, más ejercicios, menos conciliación, menos sueldo, más trabajo, menos dignidad, más elogios, menos oportunidades… Y todo ello, ¿para qué? Para acabar con el despropósito final de volver a las especialidades originales.

 

Epílogo

¡Oh Brave New World!, necesitamos que alguien invente el Soma para que, al finalizar la jornada con nuestros uniformes verdes de Gammas, o los Marrones y Kakis de Deltas y Épsilon, recibamos nuestra justa recompensa de reconocimiento económico, social y profesional, aunque sea bajo los vapores ficticios de una droga sin resaca.

Mientras tanto sigan ustedes profundizando en la estulticia que la dominan magistralmente. El bacilo de la peste es persistente4.

 


1 El síndrome burnout: En los últimos tiempos, se ha puesto de moda en medicina el empleo de un término que cada vez atrae a más estudiosos y especialistas y que se podría traducir por la más coloquial expresión de síndrome del «quemado» por cuestiones relacionadas con el trabajo. De la Gándara Martín JJ, González Corrales R, Baños Bajo P. El militar quemado. Sanidad Militar. 2010 ene-mar; 66(1).

Un mundo feliz (en inglés Brave New World) Novela famosa del escritor británico Aldous Huxley. La novela es una distopía que anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos e hipnopedia, manejo de las emociones por medio de drogas (soma) que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad.

3 «Los dioses habían condenado a Sísifo a transportar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza». El Mito del Sísifo -Albert Camus-.

Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa. La Peste -Albert Camus-.

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