No se aceptan propuestas en el Consejo por el ordeno y mando democrático del que no ha de opinar porque su figura es simple y llanamente servir de instrumento administrativo a los legítimos dueños del consejo, que se impone en juez y parte y decide los tiempos reglamentarios a partir de su propio código personal, incluso regaña como si hablara con algún descendiente de su estirpe.
Las preguntas de las asociaciones se responden con medias verdades elaboradas con la misma indigencia intelectual que presuponen a sus receptores, no se responden e incluso insultan con fingida indignación, fieles a la máxima de que para esconder la verdad hay que actuar con maleducada agresividad. Así se pretende privarles del instrumento de trabajo que precisan las asociaciones para elaborar sus propuestas, y que no es otro que la información veraz.
Y qué decir de las propuestas, o nunca son debatidas o son enviadas a otro agujero negro aún mas insondable; el de los inservibles grupos de trabajo en el que los hipócritas del bien hacer las dejan morir de inanición. A veces se compadecen y en vez de hacer perder el tiempo a los representantes asociativos simplemente las rechazan con la sonrisa de Joker.
Y todo esto ocurre bajo la atenta mirada del que preside, que con denuesta afectación solo pretende que pase el tiempo de su mandato dirigiendo a las asociaciones su listado de cosas conseguidas de la señorita pepis y que a las asociaciones suena más a una retahíla de apóstrofes sacados de su grimorio de erudición.