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Fuerzas Armadas profesionales: con el paso cambiado

Las Fuerzas Armadas, como el recluta que afronta sus primeras sesiones de instrucción de orden cerrado con cierto grado de confusión y descoordinación, caminan con el paso cambiado desde el inicio de su profesionalización en el año 1989. Algo muy difícil de explicar si tenemos en cuenta que otros organismos e instituciones, por ejemplo, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE), marchan en perfecta sincronía con la sociedad civil por la senda de la modernización y el pleno reconocimiento profesional, social y retributivo de todos sus miembros, cosa que no ocurre con los militares profesionales.

En lo que concierne a las retribuciones, por más que la ministra de Defensa en funciones o su equipo traten de distraer al personal con discursos banales y fuegos de artificio, la sorprendente realidad es que todos los miembros de las Fuerzas Armadas por debajo del empleo de capitán cobrarán, a partir de enero de 2020, menos o considerablemente menos que el componente más moderno de las FCSE (policías autonómicas y locales incluidas), bomberos, etc., por poner algunos ejemplos de profesiones que tienen cierta singularidad por su penosidad, peligrosidad o especial dedicación, al igual que la profesión militar. Estamos hablando de más de cien mil mujeres y hombres que, además de sus misiones o cometidos habituales, soportan la práctica totalidad de las guardias y los servicios.

Sin embargo, esta molesta e incómoda verdad, que algunos pretenden ignorar con excusas de todo tipo o simplemente negando lo que es evidente, no debe tener el peso suficiente para que el gobierno actual se comprometa abiertamente en la mejora efectiva de nuestro salario. Pero tampoco sirvió para que el anterior gobierno del Partido Popular, o su socio Ciudadanos, introdujesen partida alguna en los presupuestos generales del Estado para el año 2018 con el fin de paliar la desconcertante brecha salarial entre unos y otros servidores públicos.

Y así seguimos a día de hoy, ignorados, ninguneados y olvidados. Aunque eso sí, teniendo que escuchar casi todos los días los tópicos habituales plagados de elogios y buenas palabras (véanse las noticias sobre la gota fría en el Levante español), además de algunos insultos a la inteligencia, que no hacen más que acrecentar nuestra indignación por la injusta doble vara con la que se mide nuestro valor humano y profesional. Porque la cruda realidad es que todo el mundo habla sobre la equiparación salarial de los policías y guardias civiles, pero nada se dice sobre los militares que tenemos que contemplar las diferentes subidas salariales como meros espectadores. Luego, si asoman de nuevo la recesión o la crisis económica, gobierno y partidos políticos tendrán la excusa perfecta para mantener unos cuantos años más el sistema “low cost” que tiraniza el régimen del personal militar profesional desde hace ya tres largas décadas. Y todos tan tranquilos, porque aquí no pasa nada.

Pero donde se puede apreciar abiertamente los daños causados por una errática profesionalización, cargada de complejos, falta de voluntad y altura de miras, es en las escalas de suboficiales y su decadente trayectoria profesional, en peligrosa e inexplicable línea descendente desde el cambio de modelo de carrera producido a partir del citado año 1989. Por ejemplo, tiene muy difícil explicación que la ratio de aspirantes a suboficial haya pasado de 10 o más de la década de los ochenta a poco más de 1 en la actualidad, sobre todo en un escenario en el que la tropa y marinería se queja de que tienen pocas o muy pocas salidas profesionales. Entonces, ¿a qué se debe el escaso interés para ser suboficiales militares de carrera? La respuesta es dura y simple: retribuciones, carrera y promoción profesional del suboficial sin ningún atractivo y con un negro futuro. Y es que, una vez más, la realidad es tozuda y desmotivadora, pues un soldado o marinero que acceda a la Guardia Civil cobrará 500 € más que otro compañero que obtenga el empleo de sargento de las Fuerzas Armadas tras cursar tres años de academia y, además, tendrá unas condiciones para la promoción profesional mucho más justas y asequibles. Pero, como venimos denunciando desde hace mucho tiempo, aquí nadie cambia o intenta cambiar el paso.

Porque lo cierto es que la Ley de la carrera militar 39/2007 y el consiguiente Real Decreto 35/2010, de 15 de enero, por el que se aprobó el Reglamento de ingreso y promoción y de ordenación de la enseñanza de formación en las Fuerzas Armadas, supusieron un claro desprecio a la formación específica militar e introdujeron un concepto bloqueador para la promoción profesional del suboficial, contra el que llevamos luchando infructuosamente desde hace casi diez años con argumentos contundentes, pero, al parecer, insuficientes para tocar la sensibilidad de las distintas autoridades ministeriales.

Y es que no exageramos ni nos inventamos nada en ninguna de nuestras afirmaciones, porque tan solo hay que ver la justificación que utilizó la Directora General de Reclutamiento y Enseñanza Militar, en el último pleno del Consejo de Personal, para defender el trato privilegiado que se está otorgando a los militares de complemento en su conversión a militares de carrera, para tomar conciencia de que un rancio clasismo sigue imperando en las Fuerzas Armadas. Porque no se le puede decir a un suboficial que viene realizando misiones y cometidos de oficial desde hace varios años, y que además es doctor y licenciado universitario en varias materias, que es que los militares de complemento ya son oficiales. Claro, y también lo son el reservista voluntario conocido en su día como el “padre Apeles” y otros cientos más, aunque solo tengan una formación militar de dos o tres semanas. En base a ese mismo criterio, ¿los van a convertir a todos en militares de carrera? Cualquier cosa es posible, porque marchamos con el paso cambiado y la formación militar se ha convertido en un elemento secundario para la carrera y la promoción de los militares profesionales.

La situación que estamos viviendo es absurda y esperpéntica, porque el Ministerio de Defensa, además de escatimar las retribuciones, nos impone unas condiciones para la promoción tan alejadas del sentido común y de las que rigen la carrera profesional del resto de servidores públicos, empresas, etc., que solo nos cabe pensar que lo que se pretende es mantenernos aislados de la sociedad civil y sometidos a un injustificable apartheid profesional, aunque este término no le guste (y lo censuren) a algunos responsables de los tablones de anuncios dedicados a las asociaciones profesionales en bases y acuartelamientos.

Pero la realidad es la que es y hay que llamar a las cosas por su nombre. El desprecio hacia el suboficial está siendo tan evidente que sorprende que todavía no se hayan producido ceses o dimisiones en el ámbito del Ministerio de Defensa por la errática política de personal y por el maltrato sistemático hacia la llamada columna vertebral de las Fuerzas Armadas, como quedó demostrado en el pleno celebrado en el mes de junio.

Para finalizar, solo nos queda decir que ante las pruebas tangibles de clasismo y segregación los silencios se convierten en cómplices de la ignominia y que ningún ejército puede pretender ganar batallas salvaguardando única y exclusivamente el prestigio de sus oficiales, desatendiendo al resto de sus miembros.

A la vista está que las Fuerzas Armadas necesitan con urgencia echar mano del mapa y la brújula para reorientarse y encontrar el rumbo correcto que las sitúe definitivamente a la misma altura y en la misma senda de la sociedad a la que sirven.

 

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