Pero, como en otros hospitales de cualquier rincón del mundo, hay una zona «que nadie quiere que se use». Es la Unidad de Cuidados Intensivos, responsabilidad del teniente coronel Sánchez. Y, de momento, confirma que «en está misión la situación está tranquila».
Junto a esta enorme cantidad de medios, impensables para muchos en una base militar, los sanitarios que trabajan en el «Role» cuentan con otro aliado: la telemedicina. Gracias a este sistema pueden contactar en vivo con el hospital Gómez Ulla de Madrid para solventar cualquier problema e, incluso recibir asesoramiento durante una difícil operación. «Es la joya de la corona», asegura orgulloso el teniente coronel Álvarez Antón.
Quizás una de las zonas más llamativas, que no menos importantes, sea el área de odontología. Allí trabaja la teniente Gloria Corral, quien en el mes que lleva destinada apunta que «se trata de una experiencia buenísima». Sus pacientes suelen ser los trabajadores afganos de la base, quienes viven despreocupados por sus dientes. Ella, al igual que sus compañeros, no echa en falta «nada».
Y mientras se espera esa confirmación definitiva de que «la Sanidad española seguirá aquí» durante mucho tiempo, como aseguran los efectivos del hospital, éste se irá potenciando y ampliando poco a poco. Fue una apuesta de España que con el paso de los años se ha convertido en todo un éxito.
El aeropuerto, el otro gran éxito
El hospital de la base de Herat no es la única instalación en la que España se quedará a partir de 2015. La otra es el aeropuerto, el cual, gracias al contingente español desplegado a lo largo de estos años, se ha convertido en aeródromo internacional, con mezcla de vuelos militares, civiles y, en ocasiones, aviones no tripulados. De media aterrizan unos 120 vuelos al día y en los momentos de más tráfico, uno cada cuatro minutos. En una pequeña torre de control totalmente blindada y protegida trabajan tres controladores, entre ellos su responsable, el teniente García Conde. Una torre que arrancó su actividad allá por el año 2005 y que controla un 25 por ciento de vueltos civiles y que tiene más tráfico aéreo que muchos de España, en la que trabajan un total de diez personas, ocho de ellos españoles y dos italianos. Entre sus peculiaridades, al tratarse de un aeródromo en un país en guerra, está la forma de aterrizar, mucho más rápida y brusca que en cualquier otro del mundo, pero que los propios controladores organizan sin nigún problema. «El material humano es buenísimo», asegura García Conde, quien, sin embargo, comenta que «aquí la amenaza aérea es muy baja», aunque nunca bajan la guardia. Eso sí, tiene claro que trabajar en este lugar, con sus condiciones, peligros y forma de actuar «es una experiencia muy interesante».