Las Fuerzas Armadas, como el recluta que afronta sus primeras sesiones de instrucción de orden cerrado con cierto grado de confusión y descoordinación, caminan con el paso cambiado desde el inicio de su profesionalización en el año 1989. Algo muy difícil de explicar si tenemos en cuenta que otros organismos e instituciones, por ejemplo, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE), marchan en perfecta sincronía con la sociedad civil por la senda de la modernización y el pleno reconocimiento profesional, social y retributivo de todos sus miembros, cosa que no ocurre con los militares profesionales.
En lo que concierne a las retribuciones, por más que la ministra de Defensa en funciones o su equipo traten de distraer al personal con discursos banales y fuegos de artificio, la sorprendente realidad es que todos los miembros de las Fuerzas Armadas por debajo del empleo de capitán cobrarán, a partir de enero de 2020, menos o considerablemente menos que el componente más moderno de las FCSE (policías autonómicas y locales incluidas), bomberos, etc., por poner algunos ejemplos de profesiones que tienen cierta singularidad por su penosidad, peligrosidad o especial dedicación, al igual que la profesión militar. Estamos hablando de más de cien mil mujeres y hombres que, además de sus misiones o cometidos habituales, soportan la práctica totalidad de las guardias y los servicios.