Este año la conmemoración de la Pascua Militar está marcada por el COVID-19. El tener, como tenemos por nuestro desempeño a lo largo de la pandemia, la íntima satisfacción por el deber cumplido no es un motivo de alegría. No lo es porque el resto de la sociedad ha tenido que comprobar nuestras capacidades, nuestra formación, nuestra profesionalidad, nuestro sacrificio –y el de nuestras familias- en estos duros momentos. En nuestro caso, además, arrastramos problemas que no se resuelven.
El personal de las Fuerzas Armadas necesitamos urgentemente un reconocimiento profesional, lo cual implica contar con una valoración adecuada de la formación militar cursada. No tiene sentido que un militar que ingresa en un centro de enseñanza militar para mejorar de categoría tenga que cursar prácticamente lo mismo que su compañero civil que ingresa sin formación ni experiencia militar alguna. No se ha aplicado el Plan Bolonia, basado precisamente en el reconocimiento a la formación y a la experiencia, en la enseñanza militar, por mucho que en el Ministerio de Defensa se repita lo contrario. Se ha dinamitado la promoción interna para los suboficiales, lo cual constituye la prueba del algodón de que no se aplica Bolonia. Son asignaturas pendientes para prestigiar la carrera militar.