Seguimos sin avance alguno, han pasado 20 meses, suma y sigue.
La historia nos muestra que las malas condiciones tienen siempre consecuencia, que todo tiene un precio. También en el ámbito de la defensa, lo que no se invierte cuando toca acaba pagándose más pronto que tarde. Tal vez sea conveniente refrescar la memoria sobre una situación histórica en la que los militares españoles sufrían también de malas pagas. Son poco conocidas las circunstancias de la pérdida a principios del siglo XIX de los virreinatos americanos, nos suena algo más la de Cuba y Filipinas1, tal vez por la cercanía en el tiempo.
Es conocida una frase atribuida a Napoleón de que “para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero”. No solo para hacer la guerra sino para mantener un ejército operativo, con la moral alta y que cumpla su misión. Una parte importante de este dinero es la dedicada al personal, como describe Marchena Fernández2:
“El ejército presente en las colonias ultramarinas sufría constantemente de precarias condiciones económicas. […] las tropas […] presentaban una gran desmoralización causada por el abandono al que se les sometía y que cristalizaba, por ejemplo, en malas pagas y en viejos y deficientes pertrechos militares. Todo esto hizo que en las tropas y la oficialidad americana germinase la idea de la poca importancia que estos tenían para la Corona, por lo que cada vez estaban menos dispuestos a arriesgar su pellejo en nombre de ésta.”
Como en cualquier ámbito, la calidad del personal militar está relacionada con el nivel de las retribuciones y con la percepción de su aprecio social; aunque en el caso de la profesión militar haya un alto componente de retribución moral lo cierto es que, como señaló el presidente del OVM en su comparecencia ante la Comisión de Defensa del Congreso, “el espíritu militar no suple las retribuciones”. La consecuencia es que si no se ofrece una adecuada y digna compensación en la nómina no se puede pretender captar lo mejor de la sociedad para la carrera de las armas, como el OVM en su informe del año 2017 indicaba que debía hacer el sistema de captación de las Fuerzas Armadas. En el siglo XVIII el gobierno no dedicó su esfuerzo a captar a los más adecuados ni a pagarles como se merecían y sucedió lo que relata Marchena Fernández3:
“Una solución circunstancial fue el reclutamiento y envió de personal proveniente de los sectores marginales de la sociedad española, pero esta supuesta solución […] provocó que “(…) al soldado y, por extensión al militar en general [se le consideraba] como miembro de una cofradía de desalmados, cuya honra hacía tiempo se había perdido, y más que carrera del honor, era carrera de bellaquería”, es decir, un soldado de fortuna. Todo esto tornó a la carrera militar como una apuesta inadecuada, especialmente para la nobleza y los hidalgos, justo de quienes se esperaba mayor responsabilidad en las filas del ejército, ya que el servir en la institución castrense les podía traer el descredito y la ruina material. Igualmente, cada vez más, este oficio se consideraba como propio de personas con pocas oportunidades sociales y/o políticas y alejadas de los grandes títulos.”
A la vista de que cada vez más la situación va pareciéndose a la descrita, nos preguntamos si las altas instancias son realmente conscientes del precio de no pagar adecuadamente al militar, de las consecuencias que para la seguridad nacional tiene la desmoralización y devaluación del personal, quien siente en sus carnes que ni se le considera ni se le valora ni se le retribuye. Estamos a tiempo de reaccionar, pero hay que hacerlo, como decía tan claramente el JEMAD.
1 Como anécdota podemos mencionar toda la literatura escrita sobre los últimos de Filipinas, en cuyo honor se han realizado innumerables conmemoraciones e incluso algunas películas que graban los sucesos en el imaginario colectivo. Como contraposición al hecho de que los héroes de Baler siguieran resistiendo tras el final de la guerra, es curioso comprobar cómo pocos españoles saben que tras la independencia de México en 1821 la fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz siguió en manos españolas hasta el 23 de noviembre de 1825. Cuatro largos años resistiendo, pero no conocemos a “los últimos de Veracruz”.
2 Marchena Fernández, Juan. Ejército y Milicias en el Mundo Colonial Americano. Madrid: Mapfre, 1992, (Cita en Farfán Castillo, Andrés. Milicias y milicias disciplinadas en el Virreinato de Nueva Granada, Tesina Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, 2014, pág. 91).
3 Op. cit. pág. 92