Existe en la sociedad la preocupación por instaurar de manera real la igualdad hombre-mujer. Se recalca la necesidad de igual trabajo, igual salario, igual oportunidades. En general se pone el acento en la “necesidad de promover a las mujeres en su profesión”. A ella responde el convenio que con buena voluntad firmó el pasado 23 de octubre el Ministerio de Defensa con el Instituto de la Mujer1. Buena voluntad en el terreno de las ideas, porque lo malo es que mientras una mano del ministerio trabaja para abrir mentes y posibilidades, otra mano del mismo ministerio las cierra para algunas de las mujeres que visten el uniforme.
Pisando la realidad nos encontramos con que las mujeres de la categoría militar intermedia, las suboficiales de las Fuerzas Armadas, se ven frenadas en su promoción profesional, y mucho más negro es su panorama si osan compararlo con las suboficiales de la Guardia Civil. La diferencia es abismal. La limitación, curiosamente, no les viene por ser mujeres sino precisamente por ser suboficiales. El techo de cristal con el que se encuentran no tiene que ver con su género sino con los galones que lucen en su uniforme.