Alberto Robaina retira con cuidado varias fotos de su hijo que ha pegado con cinta aislante en el interior de la taquilla de su habitación. No contesta si le gustaría irse a España ya o no, pero resulta evidente que desea regresar cuanto antes. También es soldado, y muy joven: tiene 23 años.
"¿Que si me quiero ir? ¡Por supuesto que me quiero ir!", el cabo Ancor Matos responde sin titubear. Su mujer dará a luz a mediados de octubre y poder regresar a España antes de lo previsto le permitirá estar en el parto si los planes no se tuercen. Según dice, cuando se fue a Afganistán, no sabía que ella estaba embarazada. Se enteró a las dos semanas de llegar a Qala-e-now. Desde entonces, ha ido pegando en su taquilla pequeños pósits con los días que a su esposa le tocaba visita ginecológica. "Es que, si no me lo apuntaba, me olvidaba. Como aquí todos los días son iguales, porque siempre se trabaja", argumenta.
Los soldados de la primera compañía se trasladan a la base militar de Herat, que ellos consideran "un paraíso". Se encuentra a unos 160 kilómetros al sur de Qala-e-now. "Allí la calidad de vida es mejor y podremos comprar toallitas, que están muy cotizadas", comenta el cabo Symbaye Botello, mientras sus tres otros compañeros de habitación asienten. En Qala-e-now casi no queda nada. Ni toallitas de bebé, tan útiles para asearse cuando no hay agua, ni otros enseres prácticos. La tienda de la base militar está ya casi vacía. La cantina, que tantos cafés ha servido a lo largo de los años, también ha cerrado. Y algunos pabellones del recinto militar se han desalojado para prepararlos para su cesión al Ejército afgano. Los soldados españoles se apiñan en la base en un espacio cada vez más reducido.
"¡Camaretas, taquillas y cajones abiertos!", grita el capitán Barrueco, mientras entra en el pabellón donde duermen sus soldados para asegurarse que han dejado las habitaciones vacías y en buen estado, y no llevan más equipaje de lo necesario. El trayecto hasta Herat es muy largo, y el espacio dentro de los vehículos blindados, limitado.
"¡Os tengo dicho que no me metáis mierda en los vehículos!", repite el capitán a medida que entra en las habitaciones. Los soldados han ido acumulando pertenencias en sus cuatro meses de misión en Qala-e-now, y ahora resulta complicado decidir de qué desprenderse. "¿Y eso piensas meterlo en la mochila de combate? No me vendas la moto, no te cabe", recrimina el capitán a un soldado, que aún tiene un montón de cosas esparcidas sobre la cama.
Las habitaciones están limpias y ordenadas, listas para ser desalojadas.En la pared de una de ellas cuelga un pequeño póster de una chica en postura sugerente con los pechos al aire. "Me imagino que eso no se va a quedar ahí...", dice Barrueco. "No, mi capitán. No se preocupe. Esto me lo llevo según nos vayamos yendo", contesta el soldado. Muy pronto, porque el repliegue ya ha empezado.