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Una muerte enterrada

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10/08/2014 - El País -

El cementerio de Fuensalida (Toledo) es uno de esos monumentales campos santos de la intemperie manchega. Cada una de sus grandes sepulturas, todas en tierra, pertenece a una familia del pueblo. No hay tumbas unipersonales. Bueno, mejor dicho, ahora hay una, al final, en el “departamento 7, fila 1, número 15”, dice Juan Carlos, el sepulturero y encargado de mantener “limpio y ordenado este lugar sagrado”. No tiene lápida, tan solo unas estructuras metálicas enclenques delimitan el que supuestamente será su volumen. “Es provisional”, advierte Juan Carlos, hasta ahora no habían tenido que preocuparse porque no había muerto nadie de esa familia. Pero “la vida, el destino, la mala suerte, yo qué sé”, dice Estefanía Álvarez, hermana del fallecido, quiso que fuera el menor de todos el primero en irse del mundo de los vivos. Sólo unas iniciales, C.A.G.A., trazadas sobre el cemento gris de su sepultura, recuerdan que allí está enterrado Carlos Álvarez García-Arcicollar. Pocos le recordarán por ese nombre. Pero muchos se acordarán de él como el hombre al que el pasado 21 de junio aplastó y mató una rama de un árbol en el parque del Retiro de Madrid, mientras esperaba con sus dos niños pequeños a que regresara su mujer de visitar a unos familiares en un hospital.

Fue el más grave de los accidentes debidos a la caída de ramas de los árboles, pero no ha sido el único. En las últimas semanas, y aunque Ana Botella dijera el pasado jueves eso de que “en Madrid siempre se han caído ramas”, las mismas plantas que han sido orgullo de la ciudad y que convierten a la capital en una de las más verdes de Europa con más de dos millones de árboles, se han transformado en amenaza. Y bomberos y sindicatos han reconocido una frecuencia mayor de estos incidentes que achacan a la “merma de recursos y de medios”, a los recortes.

Nadie en Fuensalida ha olvidado —ni probablemente olvidará— el pasado lunes 23 de junio, aunque “no vino nadie de Madrid”, se comenta en el pueblo en alusión a la ausencia de políticos procedentes de la capital. “Ana Botella llamó a mi cuñada el día del accidente y creo que la ha llamado hace poco para ver qué tal seguía, pero nada más”, asegura Estefanía.

Sin embargo, dos autobuses de militares desembarcaron aquel día de principios de verano para llevar a hombros a la iglesia y luego también al cementerio —a dos kilómetros por la carretera de salida de la localidad—, al sargento primero Carlos Álvarez, con destino en el Estado Mayor Brigada XII de El Goloso (Colmenar). Tenía solo 38 años, y dos hijos, Jorge y Nuria, de cuatro y 13 meses. Había sido tres veces condecorado por sus misiones con los cascos azules de la ONU en Bosnia y Líbano. “Parece mentira, con la de balas que ha oído silbar...”, recuerda Juan Carlos, sepulturero y antes soldado de artillería, que decían sus compañeros, “ni en las películas americanas, fue impresionante, verlos llegar con el féretro a cuestas, no he visto nada igual”.

Carlos Álvarez García-Arcicollar en una foto cedida por su familia.

El pueblo salió a la calle a despedirse de un hombre aficionado a las carreras. La gente se asomó a aplaudir a los balcones y las ventanas al paso de la comitiva fúnebre. Hubo toque de cornetas, salves, bandera, una formación de decenas de hombres uniformados —altos mandos y soldados rasos— que atravesaron ese camposanto que no le esperaba.

“Era el pequeño de la casa”, contaba el pasado jueves Estefanía. “Somos tres, bueno, éramos tres y mis padres, que viven los dos aunque están muy mayores”.

Hay un proceso judicial abierto debido a la denuncia que ha puesto la familia contra el Ayuntamiento de Madrid. Estefanía ha roto un silencio que duraba ya casi dos meses, impulsada por la rabia —“Parece que nos toma por tontos”—, tras escuchar esas declaraciones de la alcaldesa —“Se han caído ramas toda la vida”— y observar alarmada los sucesivos accidentes similares, aunque no mortales como el de su hermano. Su conclusión es clara y tajante: “Carlos ha muerto por los recortes”. No quiere decir mucho más, no quiere hablar de eso: “Todo el tema de la denuncia lo lleva mi cuñada y no quiero perjudicar en nada”, explica. Nieves, la viuda de Carlos, una funcionaria algo menor que él, está deshecha y se ha ido unos días del pueblo con sus padres y los niños. Ni siquiera ha respondido aún a la propuesta del ayuntamiento de dedicarle a su marido el homenaje a la bandera que se hace cada año en las fiestas patronales de septiembre.

“Justo ahora, cuando querían empezar a disfrutar juntos de la vida en familia...”, dice Estefanía. Carlos fue uno de esos niños que se tuvo que separar de sus padres pronto: “Se fue al seminario con ocho años para estudiar y de allí a la Legión, a Málaga, con 18. Después trabajó en la Guardia Real, y en la Academia de Toledo y luego ascendió y empezaron las misiones en conflictos, aunque nunca contaba nada, para que no tuviéramos miedo… Pero ahora..., ahora iba a pedir un tiempo más estable, para estar con su familia, con su hija Nuria apenas convivió unos meses… Es increíble”.

Jorge, el mayor de los niños, jugaba en el césped, pero Nuria estaba junto a su padre cuando se oyó el crujido de la rama de esa falsa acacia que amenazaba de muerte, incapaz de soportar el “déficit hídrico provocado por las altas temperaturas” —o eso se argumentó en su momento—. La pequeña, con solo 14 meses, sufrió un traumatismo en la cabeza que la llevó hasta el hospital. “La dejaron salir unas horas, para acompañar a su madre durante el entierro de Carlos, y después la volvieron a ingresar. Ahora está bien”, recuerda Estefanía.

No han pasado ni dos meses desde la fatal muerte y posterior entierro de Carlos Álvarez. Los sucesivos accidentes de caídas de ramas —el último sucedía el pasado miércoles en plena calle de Montera y dejaba cinco heridos leves que tomaban algo en una terraza— han vuelto a poner el foco en las copas de los árboles. Los sindicatos se han encargado de recordar que el sector de jardineros sufre las consecuencias de la pérdida de 200 empleos directos en los últimos años y de un ERTE reciente que ha reducido en 45 días por año los días laborables de cada trabajador. Las sirenas suenan más que nunca (unas “diez salidas al día”) porque los bomberos reciben más llamadas que nunca de una población alarmada y alerta. “Es preocupante, no alarmante”, asegura Juan Carlos Nicolás, portavoz de CC OO en el consistorio madrileño, “pero si no se atiende y se trata correctamente tendremos problemas”. El ayuntamiento, por su parte, “creó una comisión de expertos para analizar los árboles del parque del Retiro” y “ha instado a las empresas que gestionan las labores de jardinería a que aumenten la vigilancia, el control y el mantenimiento del arbolado”. Entre tanto, a 70 kilómetros de Madrid, una pareja de ancianos acude cada mañana a las 9.00 a visitar la única tumba a medio hacer del cementerio de Fuensalida, la de su hijo muerto.