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Esto no va bien

12 de octubre, día del Pilar, día festivo en el que conmemoramos la fecha en la que una expedición organizada por la monarquía hispánica descubre un nuevo continente. Una fecha de escala planetaria elegida como Día de la Fiesta Nacional para regocijo de todos los españoles.

Aquella de finales del siglo XV era una sociedad con empuje, con ganas de ampliar el mundo, en la que la milicia –entonces dedicación a tiempo parcial- tenía un papel destacado y sus integrantes prestigio social. Hoy estamos a las antípodas de aquella situación para quienes visten uniforme. Los miembros de las Fuerzas Armadas están en el vagón de cola de las retribuciones de los empleados públicos, muy separados del resto. Cualquier comparación con otros uniformados del ámbito de la seguridad pone los pelos de punta. No sólo en la nómina, en consideración social o reconocimiento del nivel de formación, en compensación del tiempo de servicio… Otras profesiones cuentan con un coeficiente compensatorio de unos factores de peligrosidad y penosidad que les hace llegar antes a la jubilación, pero a los militares se les regatea todo, tal vez porque no debe ser peligroso ni penoso trabajar con armas y explosivos en cualquier punto del mundo donde se manda a estos mismos militares a quienes se homenajea participando en desfiles, en los Campos Elíseos o en la Castellana. Malas pagas.

El Ministerio de Defensa valora tan poco a sus oficiales que para ser tenientes deben superar un grado de ingeniero en organización (o en otras disciplinas) que no les sirve para nada. Valora tan poco la formación de los tres años académicos que cursan sus suboficiales que para que un sargento de Infantería promocione a teniente de Infantería tiene que cursar prácticamente al completo los cinco años del plan de estudios, igual que una estudiante que acaba bachillerato, pues no se le reconoce ni su formación militar ni su experiencia, aunque haya ejercicio de jefe de sección, puesto táctico de los tenientes. En cambio, a un oficial de complemento -que cuenta con escasísima formación militar- se le convierte en oficial de carrera tras un sencillo examen de doscientas preguntas. La promoción interna prácticamente está dejando de existir para los suboficiales, dejando en agua de borrajas lo dispuesto en el art. 62 de la Ley de la Carrera Militar. Sus señorías trabajaron en balde.

La promoción horizontal tampoco existe, y los sargentos primeros ven que cualquier guardia civil raso recién egresado tras nueve meses de formación tiene una nómina superior a la de un teniente de las Fuerzas Armadas. Bien por los guardias. El resultado es que la tropa y marinería no quiere ser suboficial y apenas se presenta a las oposiciones para las academias de suboficiales; tenemos un fracaso en reclutamiento que no se quiere ver. ¿Quiénes van a constituir ese imprescindible “eslabón fundamental que para la organización constituyen los suboficiales”1? Personas desmotivadas, mal retribuidas, que acumulan centenares de horas de servicio sin compensar, sin perspectivas de tener una carrera atractiva. Un perfil muy alejado del que deseaba el Observatorio de la Vida Militar en su informe sobre enseñanza militar2, en el que exponía que los ejércitos deben “captar a lo mejor de la sociedad a la que tienen que servir”.

Mucho trabajo tiene por delante el Ministerio de Defensa, porque con estas perspectivas pocos continentes se pueden descubrir. Si no se produce un fuerte golpe de timón que devuelva la confianza al personal militar, lo cual significa disponer de unas retribuciones justas, una carrera atractiva, una formación reconocida y un respaldo social que vaya más allá de unas bonitas palabras en los funerales. En definitiva, disponer de un reconocimiento y una dignificación de la profesión militar, no va a tardar el día en que esos hombres y mujeres que hoy desfilan por la Castellana salgan también a la calle, sin uniformes y sin armas, manifestándose tras una pancarta en la que exijan el respeto que no se les está concediendo. Manifestarse es legal, y tan profesional como desfilar. Si hay a quien no le guste que los militares se manifiesten lo tiene fácil: trabajar para que no sea necesario recurrir a ello.

Ya hemos expuesto anteriormente la cruda realidad, y no vemos cambios que la enderecen. ASFASPRO, que no asistió al desfile del Día de las Fuerzas Armadas por buenas razones, asiste en cambio al de la Fiesta Nacional, porque la ocasión es diferente, por ser una fiesta de todos los españoles, considerando también que la exigencia de comunicar la realidad sigue siendo la misma.

Esperemos que descubran la solución adecuada a estos males, mientras tanto, ¡Feliz Día de la Fiesta Nacional!

 


1 Ley 39/2007, de 19 de noviembre, de la carrera militar, Preámbulo IV.

2 http://www.observatoriodelavidamilitar.es/doc/memoria_informe_2017.pdf en su página 21.

 
 
 
 
 
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