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Titulitis. El fracaso de la enseñanza militar

Un grave problema de concepto y una escasa voluntad en reconocer la realidad y en llamar a las cosas por su nombre son los males que aquejan a la enseñanza militar en estos principios del siglo XXI. “Dime de que presumes y te diré de que careces”. Se vende el mensaje de la plena integración de la enseñanza militar en el sistema general de enseñanza, pero es una gran mentira. Aunque el Plan Bolonia no obligaba a cambio alguno en la formación militar, se viene repitiendo hasta la saciedad que ésta se ha transformado y se ha adaptado al mismo. El resultado ya ha sido radiografiado: puro maquillaje y auténtico fracaso. Con especialidades fundamentales cuya carga lectiva no se enfoca en su totalidad a los cometidos que deben desempeñar en las Fuerzas Armadas, en algunas poco más de la mitad, llegando al escandaloso caso de Infantería de Marina en que solamente el 8% de los contenidos sirven para su dedicación profesional. No se puede decir que aproveche mucho el estudio. Cuando los oficiales egresan de las academias necesitan completar cursos de profundización de su especialidad, y la pregunta que se hace el contribuyente es ¿pero qué han estado estudiando en la Academia?

En cualquier empresa ya hubieran puesto rápidamente remedio cambiando el sistema de arriba abajo. Aquí la solución es más de lo mismo: titulitis y desprecio para el personal, en especial hacia los suboficiales. Un profundo complejo de inferioridad domina la enseñanza militar desde el cambio de sistema. Tradicionalmente los cuadros de mando de nuestras Fuerzas Armadas venían recibiendo una formación de calidad que les capacitaba perfectamente para cumplir la misión asignada: el mando de los hombres y mujeres de las unidades, el uso de los materiales puestos a su disposición, el cumplimiento de los procedimientos… en definitiva, ser buenos profesionales. Al final de su formación recibían su despacho o patente, es decir, un título de empleo (sargento o teniente) y con él bajo el brazo al día siguiente estaban en condiciones de desempeñar sus funciones en una unidad militar. Les faltaba rodaje, como a todos los nuevos, pero estaban en condiciones de empezar a andar.

¿Qué pasa ahora? Pues que para ser sargento o teniente ya no basta con la formación militar, para obtener el título de empleo deben obligatoriamente cursar un montón de asignaturas con las que obtener un título de grado en ingeniería o un título de grado superior de formación profesional, lo cual les dan un título engañoso civil que no les forma como militares. Que, por cierto, es para lo que España los necesita y para lo que se gasta el dinero del presupuesto.

La formación no ocupa lugar, y siempre es importante estar más formado, pero hacer cursos por hacer cursos, para acumular títulos, no tiene sentido, y menos si esto supone un gasto al Estado.

¿Acaso necesita un músico un título de grado en alguna ingeniería para poder componer o tocar los instrumentos musicales? No, con la enseñanza del conservatorio es suficiente, puesto que es la que le capacita para su desempeño profesional. ¿Y un graduado en Bellas Artes? Pues lo mismo, con la formación de su rama de conocimiento sobra y basta. En cambio, con los profesionales de las Artes Bélicas, Castrenses o Militares no sucede los mismo. Esto no quiere decir que no se deban integrar en la enseñanza militar aquellas asignaturas que sean necesarias (Cálculo, Topografía, Historia…) que pueden impartir diferentes departamentos universitarios, pero de ahí a hacer pasar como formación para cuadros de mando un grado de ingeniería o un título de grado superior va un trecho muy largo. Y esto es lo que tenemos.

Si unos titulados tienen inquietudes, tiempo y dinero pueden obtener los títulos de enseñanza que les interese, pero para acceder al mercado laboral en cualquier ámbito sólo necesitan el suyo. Esto tan sencillo parece que no son capaces de verlo los responsables de la enseñanza militar, que prefieren gastar decenas de millones de euros en planes de grados que nuestros militares no necesitan. Los responsables ministeriales están encantados de conocerse y no son capaces de abordar con realismo la reforma del sistema. Un sistema diseñado contra los suboficiales, quienes se ven obligados a realizar en las unidades las guardias y los desempeños profesionales que corresponden a empleos de oficial (como reconocen diferentes sentencias que otorgan a suboficiales el derecho a percibir el componente singular del complemento específico –CSCE-) pero en cambio ven truncadas sus posibilidades de promoción interna para acceder a las escalas de oficiales.

Se ha creado un sistema tan artificioso que para un suboficial resulta prácticamente imposible promocionar a oficial de su misma especialidad. Antes del actual sistema un suboficial –que ya había cursado varios años de academia para salir sargento- podía optar a ir a una academia de oficiales y obtener el empleo de alférez o teniente tras dos años de formación. En cambio, el actual sistema, justificado aparentemente con la adaptación a Bolonia –plan que paradójicamente valora la formación previa y la experiencia- resulta que un sargento de Artillería para poder ser teniente de Artillería tiene que cursar los mismos cinco años que un o una estudiante que ha acabado el bachillerato; su formación previa, su desempeño laboral, su experiencia… no sirven de nada, no cuentan. Y se le exige el plan de estudios prácticamente al completo. Incoherente con el Plan Bolonia, antieconómico por el derroche de medios que esto representa e incompatible con un Estado que se define como social y democrático de Derecho. En un estado social se garantizan las posibilidades de ascenso social, y resulta que en el ámbito militar, que fue ascensor social en otros tiempos más oscuros, en plena democracia se ha convertido en un sistema de vasos incomunicados, herméticos, de castas separadas de forma artificiosa e interesada: se favorece que la tropa promocione a suboficial, pero al llegar ahí se encuentra con el muro del apartheid imposible de atravesar. Tan difícil es pasar por las tres categorías de personal militar que en febrero de este año se premió a una teniente por haberlo conseguido. Es decir, el propio ministerio es consciente del grado de dificultad de la promoción, no en balde es el que pone las trabas de la mano de los Cuarteles Generales.

Es necesario un pequeño ejercicio de autocrítica por parte de las autoridades en la materia, dejar a un lado la obsesión por los títulos que no aportan nada al profesional de la milicia y plantearse una reforma integral y en profundidad de la enseñanza militar para obtener un sistema coherente, eficaz y eficiente, que garantice una continuidad de la formación y evite repetir contenidos. Es posible hacerlo, pero para ello hace falta voluntad. Y esto es lo que se echa en falta, voluntad, respeto y preocupación por el personal.

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