En estos últimos años hemos visto como siempre nuestros militares acatan las órdenes sin discutirlas. Acuden allí donde el Gobierno les demanda. Sin importar el color o las siglas del partido que lo forma. Recuperaron el islote de Perejil y participaron en Irak en una de las misiones más duras y más desconocidas para los ciudadanos. Llegaron y salieron a la orden del Gobierno de España, siendo uno de los repliegues más complejos y arriesgados de las misiones en las que han participado en «zona de operaciones». Y bla, bla, bla... Podría estar horas escribiendo de lo bien que hacen su trabajo, pero creo que es mas interesante contarquiénes están tras esos uniformes.
Hace tiempo que los hombres y mujeres que forman los contingentes españoles que participan en misiones en el extranjero son un ejemplo para los americanos y para nuestros socios de la OTAN. El alto mando americano se interesa desde hace décadas en conocer y aprender para poner en práctica las «artes del soldado español». El español se integra, se funde con la población civil, es capaz de dar su comida o su agua al hambriento. Como también es capaz de no abandonar a refugiados en la antigua Yugoslavia, llegando a protegerlos con su propia vida. Tenemos una gran capacidad de mimetización con los civiles que nos vamos encontrando por los diferentes continentes en los que desplegamos nuestras fuerzas. Hacemos más de lo que se nos pide y los débiles, las victimas de los conflictos lo ven, lo saben y no lo olvidan. En Mostar, la plaza de España recuerda para bien que un día los soldados españoles pasaron por allí.
Son muchos los hechos, para mí heroicos, que han protagonizado nuestros hombres y mujeres. Coroneles, oficiales, suboficiales, cabos y soldados de primera han dado lo mejor de sí mismos aún a riesgo de perder sus vidas. En zona de operaciones no hay horario. No existen fines de semana, ni sábados ni domingos. Todos los días son «lunes». Son igual de duros, de intensos y de cambiantes. Durante seis meses solamente se está pendiente de cumplir la misión, de la propia seguridad y la de los compañeros. No hay puentes, ni vacaciones de Navidad, Semana Santa o verano. A «Zona de Operaciones» se va a trabajar, a darlo todo.
Lo mas duro para el militar es estar lejos de casa. Las mujeres, en la mayoría de los casos, se quedan haciéndose cargo del «cuartel familiar». De los niños, la casa, la economía familiar, las enfermedades, los estudios, los cumpleaños... de los problemas que usted y yo resolvemos día a día.
Cobran algo más por estar fuera, «de misión», es cierto. Pero cuando estás en Afganistán, el Líbano o Malí te das cuenta, como civil, que a todos ellos, sin importar la graduación o empleo, no les mueve el dinero, sino su vocación militar. Un convoy de cuatro horas se puede convertir en un infierno de casi dos días. El casco y el chaleco «antifragmentos» son una incómoda segunda piel que te recuerda en todo momento que el enemigo está al acecho. No se puede bajar nunca la guardia y, sin embargo, en casa no se cuenta nada. La moral siempre está alta, aunque ese mismo día un IED haya hecho saltar por los aires el vehículo de delante.
Internet ha hecho mucho más llevaderas las misiones para los que se quedan en casa. Siempre que se puede, se hace uso del teléfono o del ordenador. Se puede hablar con los tuyos, incluso verlos por Skype. Muchas veces no hay nada nuevo que contar o nada que se pueda contar como nuevo. Un cartel delante del teléfono te recuerda «Antes de llamar, piensa en lo que vas a contar». Piensa en lo que ya has contado para no repetirte. Si estás de bajón, espera un rato para llamar... La moral de casa es fundamental para poder llevar bien la misión, pero todas se quejan siempre de que «Mi marido no me cuenta nada. Come bien, duerme bien, no tiene frío....», cuando hace 15º bajo cero, o «No pasa calor con el vehículo ese nuevo que les han dado...», por el RG-31 o el Lince cuando se patrulla a 45 o 50 grados. Hay que estar allí para vivirlo.
Reconstruyen los países, dan seguridad a la población, a sus ciudades o núcleos urbanos levantando sus campamentos o C.O.P. –puestos de combate avanzados–. Donde no había más que pastos o pedregales, a pico y pala, rellenando sacos terreros se han levantado C.O.P. como las de Ludina o Sang Atesh. Donde las primeras semanas se dormía al raso se han dejado fortines inexpugnables para la insurgencia. Se han reconstruido escuelas, hospitales y carreteras, haciendo que vuelva de esta manera la vida social y económica a zonas arrasadas por la guerra, el miedo o la represión. No ha habido un botiquín que no se haya saltado la norma de ISAF de «no atender a la población civil». Nuestros médicos y sanitarios han sacado adelante a más de un indígena, que de nos ser por ellos no habría sobrevivido ni una semana, ni un día. Me decía un comandante. «No somos una ONG, pero hacemos todo lo que podemos». La pena viene cuando las vidas se les escapan a nuestros soldados: «No llegamos a todo».